¿Un cambio de las ideas latinoamericanas?

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Las condiciones económicas han cambiado a lo largo de los años, desde la fundación de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), en 1948 hasta nuestros días, pero fundamentalmente después de la crisis de deuda de los 80’s, por lo tanto, se busca ver si las condiciones económicas diferentes crearon pensamientos diferentes y cambios en el enfoque inicial.

De acuerdo con DiFilippo (2009) el estructuralismo se basa en tres influencias básicas, a saber: asociación de la distribución del ingreso con las posiciones de poder productivo, influjo de la distribución personal en la composición de la demanda agregada e intervención del Estado como hacedor de las reglas de juego. Él identifica el progreso técnico como dinamizador de las sociedades capitalistas, siendo este a su vez el que marca la gran diferencia entre lo que se considera centro y lo que se considera periferia, por su carácter asimétrico: “El tema del estructuralismo es el de los efectos institucionales de índole nacional e internacional que se derivan del cambio tecnológico importado desde el centro” (p.190).

Con el fin de facilitar el análisis, se usará una línea de tiempo que permite mostrar dichas ideas como etapas, siguiendo a Bielschowsky (2009). La primera etapa es la estructuralista que corresponde al periodo 1948-1990, la cual se caracterizaba por una industrialización espontánea y una heterogeneidad estructural con dependencia de los productos primarios que generaban una oferta limitada de divisas. Para ese entonces, el pensamiento avanzaba hacia el desarrollo productivo y la igualdad.

En la “década perdida”, los años ochenta, debido a la crisis de deuda bajó el PIB per cápita considerablemente, se hicieron a un lado la productividad y la distribución del ingreso para dar mayor prioridad a la estabilidad macroeconómica.

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Aunque manteniendo la idea de un desarrollo industrial, se pasó hacia los años 90 a la etapa neoestructuralista, donde se criticó el modelo de desarrollo adoptado y se basaron en un Estado menos intervencionista y en el progreso técnico, “haciendo hincapié en el objetivo de crecimiento con equidad distributiva” (Bielschowsky, 2009, p.179). En esta década, las políticas de desarrollo se hacen más flexibles y se plantea la transformación productiva con equidad; en la que priorizaba la infraestructura, la formación de capital humano y políticas de progreso técnico para lograr una competitividad “auténtica”.

“En América Latina, la distribución concentrada del progreso técnico exógenamente generado se traduce en una situación de heterogeneidad estructural. En el actual capitalismo global, las depositarias de ese progreso técnico son, en gran medida, las empresas transnacionales” (DiFilippo, 2009, p. 191).

Se evaluaron las reformas liberalizadoras, y se debilitó el pensamiento neoliberal hegemónico en la región debido a las sucesivas perturbaciones cíclicas de fines del decenio de 1990 y comienzos del 2000. Hacia esta época se hizo importante crear una arquitectura financiera mundial y adoptar políticas autónomas con fuertes componentes anticíclicos. Ya que “Las frecuentes crisis experimentadas en los últimos 20 años han obedecido a la ausencia de una “arquitectura financiera” que regule el comportamiento de los grandes actores transnacionales” (DiFilippo, 2009, p. 199).

Las novedades analíticas del sexto decenio fueron: primero, la evaluación de los efectos de las reformas sobre la base de los resultados de los años noventa, encontrando control de la inflación, reducción del déficit fiscal, mayor IED (Inversión Extranjera Directa), pero con bajo crecimiento, exportaciones no diversificadas y déficit externos. Segundo, la agenda para la era global, basada en los derechos y en los cuatro campos a los que se dedica la CEPAL, “macroeconomía y finanzas, transformación productiva, desarrollo social y sostenibilidad ambiental” (Bielschowsky, 2009, p.181). Tercero, el enfoque en materia de derechos, ciudadanía y cohesión social, ya que era difícil que la ciudadanía ejerciera sus derechos; este enfoque examina pobreza, desigualdad, discriminación, falta de protección social en busca de universalidad, solidaridad, eficiencia e integración a la vida política. Cuarto, la fusión de los enfoques estructuralista y schumpeteriano, que se caracterizaron por reformas en el comportamiento productivo, formación de cadenas productivas y comercio exterior como determinante del crecimiento. Y por último, las políticas macroeconómicas anticíclicas frente a la volatilidad financiera, en las que se debía atenuar la entrada de capitales especulativos por sus efectos no deseados y elaborar políticas anticíclicas.

Lo anterior porque el carácter cíclico del desarrollo capitalista hace los precios inestables, siendo más variables los de los productos primarios que los de las manufacturas, y a la vez, los segundos muestran un crecimiento de la demanda más acelerado que el de los primeros. (DiFilippo, 2009, p. 196).

La principal propuesta cepalina para el manejo anticíclico consistía en aislar los componentes cíclico y estructural de las finanzas públicas, tanto por parte de los gastos como de los ingresos, y definir las metas fiscales en función de reglas estructurales (Ocampo, 2011, p. 11).

Lo que se ve es una tendencia de las economías latinoamericanas al estancamiento debido a la separación de la producción de productos dinámicos y la distribución del ingreso desigual, en el cual se deforman los precios relativos y disminuyen las inversiones en el sector industrial (Salama, 2006, p. 69).

La repercusión de los ciclos financieros internacionales y las crisis financieras y de balanza de pagos que los han acompañado, gestaron nuevas ideas macroeconómicas. “El concepto que vino a ocupar el centro de atención es el papel que cumple el cambio tecnológico como motor de crecimiento” (Ocampo, 2011, p. 8). Esto mezclado con el desempleo, las restricciones de balanza de pagos y el papel del proceso de industrialización como mecanismo de transmisión del progreso técnico.

Por otro lado está el problema de la demanda agregada, en el cual, los ciclos externos tienden a producir efectos procíclicos. Por dicha causa, los países latinoamericanos intervinieron la balanza de pagos. La concepción fundamental que yacía tras esta política es la visión del crecimiento como un proceso de cambio estructural, donde la industria transmite el progreso técnico originado en el centro, en últimas, lo que se buscaba era una estrategia de industrialización que generara nuevas ventajas comparativas.

Más adelante, los auges de capitales coincidieron con los de los precios de los productos básicos, que tienen efectos similares en el tipo de cambio. Para manejar los precios de los productos básicos surgieron históricamente instrumentos de intervención, en especial impuestos a los productos primarios de exportación, tipos de cambio discriminatorios en su contra e incentivos a las exportaciones no tradicionales (Ocampo, 2011, p. 10).

Por último y a manera de contraste, podemos decir que el periodo estructuralista se caracterizó por aspectos desfavorables de lo que se llamó relación centro-periferia, donde se deterioraron los términos de intercambio, hubo desequilibrio externo e inflación estructural. En este periodo se realizó la sustitución de importaciones, hubo mayor integración regional, pero también dependencia.

El periodo neoestructuralista hace énfasis en una inserción internacional desfavorable debido a las asimetrías forjadas en la era de la globalización, el regionalismo abierto, la agenda global, la vulnerabilidad externa y los ciclos económicos.

De acuerdo con Bielschowsky (2009) el mensaje central de ambos periodos es que la contribución del Estado y la movilización social se hacen necesarias para afrontar los problemas del subdesarrollo. Sin embargo, se diferencian en el sentido de que la etapa estructuralista veía la industrialización como un camino a la “convergencia”, mientras la etapa neoestructuralista plantea el desarrollo por medio de la “transformación productiva con equidad”; aunque ambos difíciles de lograr.

Se destaca que todo el tiempo (ambas etapas) se mantienen las interpretaciones heterodoxas frente a la macroeconomía y esto se refleja en los análisis de precios y de desequilibrio externo generado por la especialización productiva. Si bien, en los años ochenta el sistema financiero internacional es el que provoca desastres.

A manera de conclusión, se afirma que el pensamiento neoestructuralista tiene gran proximidad analítica con el estructuralista de las primeras décadas, aunque adaptándose al nuevo contexto internacional, pero el fundamento del análisis se mantiene.

Además, según Bielschowsky (2009), otra conclusión es que en el último decenio, las ideas estructuralistas maduraron y se enriquecieron, absorbiendo cinco nuevos enfoques conceptuales, nombrados anteriormente como “novedades analíticas”, lo que demuestra la capacidad de renovación de las ideas de la CEPAL.

Para finalizar, se resalta que según Ocampo (2011) la médula de los aportes de dicha institución son la política anticíclica y la diversificación productiva, donde “estas dos ideas centrales siguen siendo válidas tanto ayer como hoy y demuestran la validez de los conceptos que ha defendido la CEPAL a lo largo de su historia” (p.32), esto sustentado en la importancia de la balanza de pagos sobre la vulnerabilidad externa y en la estrecha relación entre crecimiento económico y transformación productiva.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bielschowsky, R. (Abril, 2009). Sesenta años de la Cepal: estructuralismo y neoestructuralismo. Revista de la Cepal. No 97, p. 173-194.

DiFilippo, A. (Agosto, 2009). Estructuralismo latinoamericano y teoría económica. Revista de la Cepal. No 98, p. 181-202.

Ocampo, J. A. (Agosto, 2011). Macroeconomía para el desarrollo: políticas anticíclicas y transformación  productiva. Revista Cepal No 104, p. 7-35.

Salama, P. (Agosto, 2006). ¿Por qué América Latina no puede alcanzar un crecimiento elevado y sostenido? Buenos Aires: CLACSO.

AUTOR: Sleby Dayana Bermúdez Zapata

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